Centroáfrica se desangra

14 de febrero de 2018
Jesús Ruiz Molina. Obispo auxiliar de Bangassou. República Centroafricana. El país más pobre del planeta vive una crisis humanitaria que, en palabras de Antonio Guterres, secretario de la ONU, no interesa al mundo preocupado por otras amenazas nucleares y terroristas. Centroáfrica lleva cinco años desangrándose. La historia viene de lejos desde el momento de la […]

Jesús Ruiz Molina. Obispo auxiliar de Bangassou. República Centroafricana.

El país más pobre del planeta vive una crisis humanitaria que, en palabras de Antonio Guterres, secretario de la ONU, no interesa al mundo preocupado por otras amenazas nucleares y terroristas. Centroáfrica lleva cinco años desangrándose.

La historia viene de lejos desde el momento de la Independencia en 1960. Cinco golpes de Estado y múltiples revueltas militares sangrantes. El país, que lleva décadas ocupando los últimos puestos en el ranking mundial de desarrollo, tiene un subsuelo lleno de diamantes, oro, uranio, petróleo…, sin olvidar su riqueza forestal, su fauna y sus caudalosos ríos. La población vive una situación de miseria inimaginable y sus habitantes no alcanzan los 50 años de media de vida.

Como en un juego de ajedrez, la colonia francesa ha ido poniendo y derribando ‘reyes’ a su antojo. Desde hacía años el matrimonio forzado franco-centroafricano estaba en crisis; la empresa francesa que explotaba el uranio, Areba, se fue del país y el presidente Bozize comenzó a flirtear con otros países, China y África del Sur, ofreciéndoles el subsuelo centroafricano y dejando de lado a Francia.

Es a finales del año 2012 que una rebelión de tinte islámica, “Seleka” (alianza), apoyada por Qatar y Arabia Saudita, reúne a los descontentos norteños islamizados ‘Gulas’ y ‘Rungas’ con miles de mercenarios venidos del Sudan y del Chad. Un ejército de más de veinte mil soldados, que en cuatro meses arrasaron el país de norte a sur ante la huida del ejército nacional sin armas ni motivación y la pasividad de varios ejércitos de la Unión africana. Arrasaron el país como los bárbaros de Atila, pasando a sangre y fuego todo signo de civilización…; todo menos las poblaciones y los intereses de los musulmanes.

El 23 de marzo de 2013 los Selekas entraron en la capital Bangui. Djotodia, se autoproclamó presidente, y sus huestes se sirvieron durante más de diez meses; fueron peinando barrio tras barrio con robos, violaciones, asesinatos… Camiones repletos del botín de guerra salían cada día en dirección hacia el Chad y el Sudan con motos, placas solares, electrodomésticos, colchones… Fue un llanto y una herida profunda en la capital Bangui, con unos 700.000 habitantes, de los cuales más de la mitad se refugiaron en las iglesias, aeropuerto… y los que pudieron huir del país, huyeron. Mientras tanto la población musulmana vivía sin mayores problemas a la sombra de los nuevos señores del país, los Selekas.

Esta plaga Seleka alcanzó todos los rincones del país, quemando edificios públicos, matando a los representantes del Estado, saqueando todo signo de progreso en el país… Fue mucha la humillación que sufrió el pueblo centroafricano de manos de estos mercenarios.

En esta situación, y azuzados por el ex presidente en exilio, Bozizé, nacieron los grupos “antibalakas” que se extendieron como el fuego, machete en mano, por todo el país provocando una orgía de sangre y muerte en medio de las poblaciones musulmanas, muchos de ellos nómadas.

Más de un millón de desplazados en una población de apenas cinco millones, en Chad, República Democrática del Congo, Congo Brazzaville, Camerún, y los más pudientes en Francia. En la capital a penas si quedó el 5% de musulmanes. En la provincia de Lobaye donde yo trabajaba no quedó ningún signo musulmán, se destruyeron decenas de mezquitas, casas, negocios. En las provincias del noreste lo mismo por parte de los Selekas musulmanes. Destrucción y aniquilación de cualquier huella estatal, parálisis total del país, pobreza y muerte… Así llevamos ya cinco años viviendo en un país fantasma: sin ejército, ni policía, ni jueces, ni funcionarios públicos… El país se desangra.

Los franceses se dieron cuenta que éste no era un golpe de estado más; esta vez se les había ido de las manos. A primeros de diciembre del 2013 Francia envió el contingente “Sangarís” con 2000 soldados; también las fuerzas de la Unión Africana, que más tarde cambiaron la boina y sueldo y se convirtieron en cascos azules, envió doce mil soldados de más de quince nacionalidades; llegó la fuerza Europea, EUFOR, con unos dos mil soldados… España colaboró con unos 130.

Toda esta fuerza militar internacional consiguió frenar las matanzas en la capital, pero no cumplieron su doble cometido: desarmar a todos y proteger a la población civil. La ONU impuso el embargo de armamento al ejército nacional, los FACA, mientras tanto los señores de la guerra tiene hoy el triple de armas que hace tres años y las matanzas de la población civil a finales del 2017 son casi diarias.

Las ONG pululan por todos los sitios intentando llenar el vacío que ha dejado este Estado fantasma; pero, a mi parecer no hacen más que poner tiritas en un cuerpo que se está desangrando. Sin un plan global para que este país pueda sostenerse por sus propios pies, cada ONG hace su buena y hasta heroica acción pero no abren horizontes para un mañana donde Centroáfrica pueda caminar por sus propios pies. Estas ONG son la verdadera economía que hace vivir hoy el país con sus casas, sus coches, sus empleos, su estilo de vida… Sin ánimo de lucro se han convertido a veces en ‘sinónimo de lucro’; el uno o dos por ciento de los Centroafricanos que consigue montarse en el carro de una ONG tendrá su vida asegurada viviendo al margen del pueblo que se ha quedado hundido viendo cómo los precios se han disparado ante la llegada de los hombres con traje y corbata de las ONG.

Con la llegada de las fuerzas de la ONU, los grupos Selekas se atrincheraron en el noreste del país intentando una independencia de esa zona donde continúan sometiendo a la población a un auténtico calvario. Mientras tanto los grupos Antibalakas, que nacieron como liberadores frente a la tiranía Seleka, se han convertido en auténticos criminales sin escrúpulos.

La visita del papa Francisco en noviembre 2015 trajo un viento de optimismo y reconciliación a todo el país. Dos meses después se celebraron elecciones democráticas donde salió elegido un nuevo presidente, Touaderá. Este optimismo duró poco pues el Presidente no tiene ni ejército, ni economía; depende totalmente de la ONU y son los grupos armados los que imponen su ley a golpe de kalasnikov. La gente se mofa diciendo que el Presidente, es más bien el alcalde de Bangui, pues fuera de la capital no tiene ninguna autoridad.

La ONU con sus doce mil cascos azules se está manifestando una máquina muy pesada y costosa que tiene mucha dificultad para avanzar y enderezar las cosas; incluso la gente piensa que no tienen voluntad para que esta crisis acabe. Esta crisis es un gran negocio y hay muchos intereses escondidos. La gente acusa a los soldados de la ONU de no hacer su trabajo: no desarman, ni protegen a la población civil.

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